jueves, 21 de febrero de 2013

¿Decidir bien o acertar?

Tras el conocimiento inicial de dos personas que se encuentran en este mundo tratando de desarrollar una pasión común, va aumentando progresivamente la carga de juego y picardía que se le imprime a  conversaciones, ahondando así de forma más o menos informal en las motivaciones y expectativas de nuestro potencial partenaire.

Esto hace que descubramos los puntos en común y los que no lo están tanto, pudiendo vislumbrar la longitud del camino que, intuitivamente, pensamos que podemos recorrer con dicha persona y, conversación tras conversación, evaluar si los senderos pueden acercarse hasta caminar juntos o si, por el contrario, con cada nuevo paso se alejarán.


En este periodo se dan momentos de ilusión, de emoción y de alegría, así como otros de duda, en los que nos preguntamos si seremos capaces de cumplir las expectativas del contrario y si, de la misma forma, él será capaz de hacerlo con las nuestras (pues, al menos desde mi forma de verlo, nunca he creído en aquello de que una "buena sumisa" no debe esperar nada).

Estos momentos son delicados, ya que los integrantes de la incipiente relación, si bien están ilusionados, no se conocen más que a grandes pinceladas, por lo que cualquier paso en falso mal reconducido puede desgastar rápidamente este fascinante comienzo. 

Si bien a estas alturas la relación no se encuentra consolidada, hay un punto difuso previo a la aceptación del intento juntos, en el que se busca una pequeña certeza, una muestra del dominio en la forma esperada que afirme nuestra seguridad en que nos ponemos en las manos adecuadas. Pero... ¿es este planteamiento verdaderamente realista? ¿Influye esto realmente en la adecuación de la elección?

En cuanto a la primera pregunta, por mucho que cueste... creo que a veces hay que tirarse a la piscina aunque no sepamos cuánto de profundo es el fondo. A veces buscamos certezas donde aún no puede haberlas, y lo único que nos guía es nuestra intuición y, en el mejor de los casos, la verificación de una serie de premisas algo más racionales. Tirarse sin saber nadar y sin comprobar si agua debajo, ya sería kamikaze.



  
Ponerse en las manos adecuadas debería ser, desde mi percepción personal, el embarcarse con una persona que comparta los mismos valores de respeto, comunicación y esfuerzo que nosotros. Y repito, valores, que no necesariamente forma de hacer. Y aunque no hay fórmulas mágicas que garanticen el éxito, sí creo que tener esto claro puede, al menos, minimizar considerablemente las posibilidades de daño. Si en el hacer de las cosas se descubre que la relación D/s se vive desde ópticas diferentes, al menos seguro que habremos conseguido matizarnos un poco mejor a nosotros mismos y compartir momentos sanos con una persona afín, si no de la forma esperada en el plano D/s, sí en el personal, evitándonos reproches destructivos y amargos sabores de boca.

Todo esto para decir que, a veces, nos dejamos llevar de forma excesivamente irracional (que no intuitiva) en la elección de las personas, escudriñando ansiosamente el panorama en búsqueda del súper Amo o la súper sumisa que cumplan nuestros ideales D/s supremos y exigentemente perfeccionistas hasta el extremo, olvidando que son las personas las que hacen al rol y no al revés, y que será más probable acercarse a ese ideal partiendo de un ser humano con unos valores comunes, que de un héroe o heroína de película que, por una mera cuestión estadística, lo más probable es que quede deslucido en cuanto se quite el disfraz.
   

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