Tras el conocimiento inicial de dos
personas que se encuentran en este mundo tratando de desarrollar una
pasión común, va aumentando progresivamente la carga de juego y picardía
que se le imprime a conversaciones, ahondando así de forma más o menos
informal en las motivaciones y expectativas de nuestro potencial
partenaire.
Esto hace que descubramos los
puntos en común y los que no lo están tanto, pudiendo vislumbrar la
longitud del camino que, intuitivamente, pensamos que podemos recorrer
con dicha persona y, conversación tras conversación, evaluar si los
senderos pueden acercarse hasta caminar juntos o si, por el contrario,
con cada nuevo paso se alejarán.
En
este periodo se dan momentos de ilusión, de emoción y de alegría, así
como otros de duda, en los que nos preguntamos si seremos capaces de
cumplir las expectativas del contrario y si, de la misma forma, él será
capaz de hacerlo con las nuestras (pues, al menos desde mi forma de
verlo, nunca he creído en aquello de que una "buena sumisa" no debe
esperar nada).
Estos
momentos son delicados, ya que los integrantes de la incipiente
relación, si bien están ilusionados, no se conocen más que a grandes
pinceladas, por lo que cualquier paso en falso mal reconducido puede
desgastar rápidamente este fascinante comienzo.
Si
bien a estas alturas la relación no se encuentra consolidada, hay un
punto difuso previo a la aceptación del intento juntos, en el que se
busca una pequeña certeza, una muestra del dominio en la forma esperada
que afirme nuestra seguridad en que nos ponemos en las manos adecuadas.
Pero... ¿es este planteamiento verdaderamente realista? ¿Influye esto
realmente en la adecuación de la elección?
En
cuanto a la primera pregunta, por mucho que cueste... creo que a veces
hay que tirarse a la piscina aunque no sepamos cuánto de profundo es el
fondo. A veces buscamos certezas donde aún no puede haberlas, y lo único
que nos guía es nuestra intuición y, en el mejor de los casos, la
verificación de una serie de premisas algo más racionales. Tirarse sin
saber nadar y sin comprobar si agua debajo, ya sería kamikaze.
Ponerse en las manos adecuadas debería ser, desde mi percepción personal, el embarcarse con una persona que comparta los mismos valores de respeto, comunicación y esfuerzo que nosotros. Y repito, valores, que no necesariamente forma de hacer. Y aunque no hay fórmulas mágicas que garanticen el éxito, sí creo que tener esto claro puede, al menos, minimizar considerablemente las posibilidades de daño. Si en el hacer de las cosas se descubre que la relación D/s se vive desde ópticas diferentes, al menos seguro que habremos conseguido matizarnos un poco mejor a nosotros mismos y compartir momentos sanos con una persona afín, si no de la forma esperada en el plano D/s, sí en el personal, evitándonos reproches destructivos y amargos sabores de boca.
Ponerse en las manos adecuadas debería ser, desde mi percepción personal, el embarcarse con una persona que comparta los mismos valores de respeto, comunicación y esfuerzo que nosotros. Y repito, valores, que no necesariamente forma de hacer. Y aunque no hay fórmulas mágicas que garanticen el éxito, sí creo que tener esto claro puede, al menos, minimizar considerablemente las posibilidades de daño. Si en el hacer de las cosas se descubre que la relación D/s se vive desde ópticas diferentes, al menos seguro que habremos conseguido matizarnos un poco mejor a nosotros mismos y compartir momentos sanos con una persona afín, si no de la forma esperada en el plano D/s, sí en el personal, evitándonos reproches destructivos y amargos sabores de boca.
Todo
esto para decir que, a veces, nos dejamos llevar de forma excesivamente
irracional (que no intuitiva) en la elección de las personas,
escudriñando ansiosamente el panorama en búsqueda del súper Amo o la
súper sumisa que cumplan nuestros ideales D/s supremos y exigentemente
perfeccionistas hasta el extremo, olvidando que son las personas las que
hacen al rol y no al revés, y que será más probable acercarse a ese
ideal partiendo de un ser humano con unos valores comunes, que de un
héroe o heroína de película que, por una mera cuestión estadística, lo
más probable es que quede deslucido en cuanto se quite el disfraz.
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